¿Quién viste a Pinochet? O la verdad detrás de su ropa – Por Joaquín Pinto Godoy

¿Quién viste a Pinochet? O la verdad detrás de su ropa

Aquí en Chile entre la etapa después de la elección hasta la toma del poder, vivimos un clima permanente de conspiración. Salvador Allende

En torno a la pregunta de si existe algo así como como lo “sensible puro”, Jean-Louis Déotte responde que “es una realidad que no se puede concebir más que poniendo entre paréntesis todas las relaciones del arte con la técnica”. Lo que traduciríamos como a suponer que se pudiera estar fuera de toda instancia de mediación. Otro ejemplo, que el mismo Déotte utiliza en relación con este problema, es la idea de una pura desnudez, del ser absolutamente desnudo o una pura transparencia, afirmando que no hay cuerpos desnudos. Dice:

“La desnudez es todavía un modo del aparecer que supone un código social… La desnudez no es originaria: todo lo que vive, vive vestido”.

Siempre habríamos de andar cubiertos con ropas que dicen o delatan y esconden a un mismo tiempo, mucho de nosotros. De esto es sobre lo que pone atención Chas Gerretsen cuando mira las fotografías que tomó a Pinochet en los primeros años de la dictadura, durante 1973 – 1974. Fija su atención en los “papeles” que interpretaba, como un actor frente a la cámara. En aquel tiempo, como reportero gráfico de la agencia extranjera Gamma, accedió, junto a una colega, a una entrevista privada con él.

Hice algunas fotos del general, su mujer y su nieto en el salón de su modesta casa […] Cada vez que fotografiaba a Pinochet, tenía delante de mi objetivo a una persona diferente: un general de campo estadounidense, un caballero oficial, un abuelo, un marido, un amable anfitrión o un dictador.

Gerretsen es a quien le debemos una de las imágenes más icónicas de Pinochet (en el sentido fuerte de la palabra). Una imagen más que extendida en el uso de la gráfica popular nacional y también fuera del país, como la imagen del dictador de Chile:

A solo una semana después del golpe de Estado e iniciando su segunda fase con el exterminio de los disidentes políticos (Anexo I), para el 18 de septiembre de 1973 se realizó el Te Deum Ecuménico de Fiestas Patrias. En la fotografía, Pinochet mira directamente a la cámara de Gerretsen, esperando de brazos cruzados a que se diera inicio a la ceremonia eclesiástica.

Inmediatamente empecé a fotografiar. Primero con un gran angular de 35mm, luego un par de disparos con mi objetivo de retrato de 105 mm; sistemáticamente me moví de derecha a izquierda, de un general a otro. Mendoza, Leigh y Merino miraban a todas partes menos a mí. Seguirían haciéndolo cada vez que les fotografiara. Pinochet miró directamente al objetivo de mi cámara.

Pero Gerrestsen también debe ser conocido como uno de los autores de las imágenes de los últimos meses de Chile previo al golpe cívico militar. Entre una de estas, se encuentra la primera imagen que tomaría de Pinochet:

Ya mitigado el intento de golpe de Estado por parte de una facción de las Fuerzas Armadas el 29 de junio de 1973, conocido como el “tanquetazo”, un grupo oficialista de generales y soldados caminan por la calle retirándose. La fotografía titula: “Los generales que sofocaron el intento de Golpe de Estado”. En esta se reconocen a los generales Carlos Prats, Guillermo Pickering, César Benavides y a Augusto Pinochet.

La escena con los personajes reunidos en la misma fotografía dice demasiado para la historia. Más aún considerando que Prats, luego de la insubordinación militar del “tanquetazo”, en agosto renunciaría al cargo de comandante en jefe, concediendo el puesto a Pinochet. Para Prats era uno de los generales de confianza que se mantendría a raya a la institucionalidad. Una equivocación terrible sin duda (Anexo II); y para el mismo Prats también. Un año después, en 1974, mientras esperaba su visa en Argentina para salir a España, enviado por la DINA, Michael Townley explota su auto con él y su esposa dentro. Ambos murieron al instante.

Al momento en que Gerretsen repasa la entrevista privada que tuvo con Pinochet en su casa, este recuerda esa primera fotografía del 29 de junio de 1973, y testimonia una verdad siniestra que ni los generales que trabajaron con Pinochet parecían realmente conocer.

La primera imagen que tomé de él, durante El Tancanazo, el 29 de junio de 1973, muestra a Pinochet como si estuviera vestido para un papel de una película de guerra. Comparado con los demás generales, con los uniformes habituales del ejército chileno, con gabardinas y un toque de influencia prusiana, Pinochet iba vestido como «el héroe de guerra americano moderno». Llevaba una chaqueta de campaña del ejército americano, casco americano, gafas de sol, zapatos y pantalones de vestir, un rifle de carabina M1 colgado del hombro y un par de prismáticos colgados de una correa alrededor del cuello: la imagen de George Patton chileno.

Esa escalofriante sospecha que Gerretsen presiente al notar, a posteriori, la ropa que lleva puesta Pinochet, es peor que la imagen de una traición. Esta solo manifiesta una verdad siniestra porque detrás de esa imagen no podemos ver más que su resultado: la persecución, el exterminio, la tortura y el fin de una vida colectiva; el cometido de la dictadura y la instauración de un tiempo nuevo, el cierre del futuro que abría la Unidad Popular.

A pesar de que hoy esté más que documentado, y que en aquella época también muchos advertían de un golpe de Estado apoyado por el intervencionismo gringo, hay algo que parece seguro con esta imagen: las redes de conspiración sobre Pinochet, y en consecuencia sobre Allende, ya estaban puestas. En ese sentido, la imagen carecería de una “chance revolucionaría” (Anexo III), en la idea de que no muestra ninguna inflexión de la historia con la cual se pudieran cursar otros caminos. No habría en esta imagen un momento decisivo, sino más bien una decisión tomada (Anexo IV). Como si la historia ya estuviese escrita, la fotografía no refiere a otra cosa que a nuestro presente.

Pero no por falta de utopía, esta imagen carecería igualmente de alguna disputa. Todas las fotografías anteriores, en las que Pinochet parece, en palabras de Gerretsen, “interpretando el papel” de abuelo, marido, anfitrión e incluso el de un dictador, son fotografías tomadas en contextos oficiales motivados por el nuevo régimen, es decir, son instancias mediadas por la dictadura. Por su parte, la de Pinochet vestido de George Patton junto a los demás generales es, en cierto grado, fruto del azar. No es la dictadura posando frente a la cámara, sino la dictadura capturada por esta.

Siguiendo la pista de Gerretsen queda en evidencia que Pinochet no se vistió solo, sino todo lo contrario. La imagen nos lleva, en realidad, a interpelar ¿cuánto colaboracionismo civil y de los partidos políticos hubo? ¿Cuánta confabulación, deseo y admisión hubo para que finalmente Pinochet tuviera la investidura del dictador de Chile? ¿Cuántos y quiénes se esconden detrás de a figura de Pinochet como uno de los peores males de nuestra historia? La dictadura no la hizo un solo hombre, sino muchos, y eso es lo que más nos importa recordar.


Anexo I: “Miembros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y otras personas de izquierda siguieron luchando contra el nuevo régimen. Fue una batalla perdida. Se encontraron cadáveres en el río Mapocho, en las calles y en vertederos de basura. Muchos de los muertos fueron abandonados durante veinticuatro horas como medida disuasoria, una advertencia contra la resistencia al nuevo régimen. La gente moría y desaparecía a manos de quienes ejercían el nuevo poder. Lo funerales fueron numerosos”; escribe Gerretsen sobre las fotografías del 14 de septiembre tomadas en el Cementerio General de Santiago.

Anexo II: Orlando Letelier sobre una conversación que tuvo con Carlos Prats, cuenta:
 “Lo que es muy claro es que Carlos Prats hasta ese día -estoy hablando del día viernes (7 de septiembre)- tenía una confianza muy grande en Pinochet. Hubo un momento en que después de que él me planteó esto que había que tomar alguna medida, yo le dije ‘bueno, pero si Pinochet está en una actitud de lealtad, a él también se le puede crear este problema de tener que renunciar como te ocurrió a ti, Carlos. O si no quiere decir que Pinochet está contando y que en un momento determinado se va a plegar hacia el sector donde haya un mayor número de generales o de fuerzas, que eventualmente puede ser el sector que está por el golpe en contra del Gobierno’. Carlos Prats no me rebatió muy categóricamente, pero, en todo caso, me insistió en que él pensaba que Pinochet tenía una actitud de lealtad hacia el presidente y que, en todo caso, Pinochet no estaría en la cuota de los traidores”. (https://www.cnnchile.com/especiales/audio-orlando-letelier-general-carlos-prats-pinochet-lealtad-allende-golpe-de-estado_20230824/)

Por su parte Prats, escribió una carta el 15 de septiembre: “El futuro dirá quién estuvo equivocado. Si lo que Uds. hicieron trae el bienestar general del país y el pueblo realmente siente que se impone una verdadera justicia social, me alegraré de haberme equivocado yo, al buscar con tanto afán una salida política que evitara el golpe”. (https://es.wikisource.org/wiki/Carta_de_Carlos_Prats_a_Augusto_Pinochet_(15_de_septiembre_de_1973))

Anexo III: “El materialista histórico aborda un objeto histórico única y solamente cuanto éste se le presenta como mónada. En esta estructura reconoce el signo de una interrupción mesiánica del acontecer o, dicho de otra suerte, de una chance revolucionaria en la lucha por el pasado oprimido” (Benjamin en Collingwood-Selby p.231).

Anexo IV: Sobre La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Bolívar Echeverría comenta la excepcionalidad que es el texto dentro de la obra de Benjamin. Siendo uno de sus textos propiamente militantes y cruciales para la formulación de su teoría marxista, “[s]e trata, por lo demás de una excepcionalidad perfectamente comprensible si se tiene en cuenta la extrema sensibilidad de su autor y la radicalidad de la crisis personal en la que él se encontraba. El momento en que Benjamin escribe este ensayo –dice Echeverría– es él mismo excepcional, trae consigo un punto de inflexión histórica como pocos en la historia moderna. El destino de la historia mundial se decidía entonces en Europa, dentro de ella, Alemania era el lugar de la encrucijada. Contenía el instante y el punto preciso en los que la vida de las sociedades europeas debía decidirse, en palabras de Rosa Luxemburg, entre el “salto al comunismo” o la “caída en la barbarie”. En 1936 podía pensarse todavía, como lo hacía la mayoría de la gente de izquierda, que los dados estaban en el aire, que era igualmente posible que el régimen nazi fracasara –abriendo las puertas a una rebelión proletaria y a la revolución anticapitalista– o que se consolidara, se volviese irreversible, completara su programa contrarrevolucionario y hundiera así a la historia en la catástrofe”.

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