Quimantú: 5 millones de libros – por Volodia Teitelboim

Quimantú: 5 millones de libros

En caso de que usted quiera saber si hay un país hay revolución, debe averiguar, no en primer, sino en segundo término, si las viejas castas dominantes increpan furiosamente, dispuestas a ponerle una bomba a todo lo que huela a cambio. Si recurren al homicidio político, si desatan el sabotaje económico, si practican como en un culto religioso los ritos del mercado negro, si su industria de mentir trabaja a tres turnos, con todas las máquinas a reventar, es señal infalible de que están tan heridos y tan encolerizados justamente porque hay una revolución y su reino toca a difuntos.

Están indignados, ofendidos porque el obrero, el campesino, la quinta rueda del coche, ahora son todo el coche, el que va sentado en el asiendo del pasajero y también el auriga que, de pie en el pescante de la vida, conduce el vehículo de la historia por los nuevos caminos -polvorientos, accidentados y sin pavimentar- de una verdadera revolución.

Pero hay otra pregunta del test, que puede expresarse parafraseando la fórmula cartesiana. El pueblo podría decir: “Leo, luego existo”. Es una ley de la revolución. Dime quién lee, cuántos leen, qué leen y sabremos si la revolución camina por dentro.

No hay revolución en el mundo contemporáneo que no haya desatado el verdadero “boom” editorial -no de unos pocos bien promovidos-, la explosión del libro y la lectura.

En nuestra deficitaria revolución cultural, donde se advierten tantas lagunas, fracturas, ausencias, retardos, hay una prueba irredargüible y contundente de su existencia.

Son los 5 millones de libros vendidos de la Editorial Nacional del Estado “Quimantú”.

5 millones, palabras mayores, números mayores, cifras fuera de serie. Inconcebibles antes del triunfo popular.

La editorial correspondiente a Quimantú, en el pasado Zig-Zag, vendía un millón de libros en un plazo de 4 años y 8 meses.

Quimantú en el lapso de un año tres meses, o sea, casi cuatro veces menor, editó, vendió, cinco veces más. O sea, la venta se ha multiplicado por veinte.

Se está produciendo hoy a un ritmo de 800 mil ejemplares al mes.

El 4 de noviembre de 1971 salieron a la calle los dos primeros títulos, “Quién es Chile” y “La Sangre y la Esperanza”, de Nicomedes Guzmán.

Bien sabemos que los tirajes ordinarios hasta el Gobierno del hemérito Frei fluctuaban en Chile entre dos a cuatro mil ejemplares. Cinco mil eran casi un exceso, una aventura mayúscula, determinados por algún factor sensacionalista y a veces por la fama singular del autor.

Llegó Quimantú y se volvió loco. Lanzó ediciones de 50 mil ejemplares. Multiplicó de golpe por diez o por veinte las cifras habituales, quebró todos los límites ¿Un salto en el vacío? ¿Tirarse de cabeza a una piscina sin agua?

La experiencia demostró que esos locos estaban maravillosamente cuerdos. Que el pueblo era una esponja de absorber el agua de la vida, de la lectura, del conocimiento. Quieren para ellos el Sol del Saber. Y eso significa en lengua nativa “Quimantú”.

“Quimantú” derribó los precios. Rompió el criterio de la edición pequeña, escasa y cara, para sustituirlo por el de la tirada masiva y barata. El precio por cierto influye. Y una revolución tiene que cuidar que este artículo de primera necesidad esté al alcance del bolsillo modesto.

Pero no es simplemente un problema de precio, que resulta complementario, complemento indisociable, pero no de la esencia del fenómeno.

La esencia del fenómeno radica en que el pueblo sabe que necesita formarse una cultura, que leer es para él una necesidad apremiante y permanente si quiere aprender a dirigir un proceso revolucionario. Y claro que lo quiere. Por esto se precipita sobre las colecciones que por primera vez se expenden en los puestos de diarios.

El artículo libro ha pasado a ser tan necesario como el pan o el traje. Para alimentarse, para vestirse por dentro, para transformarse en persona culta. Se viene al suelo la muralla china que encerraba en una clase a los lectores, como a los antiguos letrados del Celeste Imperio, convirtiendo la lectura en privilegio de una casta. Ahora hay “Quimantú para todos”, lectura para todos.

He visto muchos sindicatos donde encuentro siempre los libros de la nuestra editorial nacional

En casas de trabajadores que he visitado en épocas distintas encuentro algo más que un mueble nuevo: algún sencillo anaquel repleto de volúmenes. Antes no estaban allí. Ahora sí. Surgen bibliotecas domésticas, con ánimo crecedor, en el domicilio del obrero.

No son los libros para él objetos ornamentales. Los he advertido sobajeados, reveladores de las manos que dieron vuelta sus páginas con un ansia nueva y un anhelo antes desconocido de ser a través del leer.

Pero los trabajadores, el pueblo, se abalanzan al encuentro del libro.

Escritores semiinéditos de las antiguas ediciones fantasmas o exiguas hoy son lanzados en grandes tirajes. Con su Premio Nobel a cuestas, Gabriela Mistral tuvo que esperar postmortem que llegara “Quimantú”, para que, con una sola edición de “Todas Íbamos a Ser Reinas”, superara en cantidad a todas las ediciones sumadas en castellano que se le hicieron antes, durante medio siglo.

Se han ingeniado los hombres de Quimantú para cubrir campos diferentes. Consulto “Nosotros los Chilenos” como una pequeña enciclopedia nacional en formación con crecimiento quincenal. Su temática parece indispensable porque para hacer una revolución y un país nuevo los chilenos deben saber quiénes son Chile y los chilenos.

Los “Minilibros” semanales, con 80 mil ejemplares, resultan fruto abundante y sabroso, me parece de una audacia necesaria, que ha tenido la ávida acogida de una multitud de lectores hasta ayer inesperada. Porque las estadísticas anteriores decían que en Chile había 70 mil personas que leían un libro al años. Bueno, y ahora se venden 80 mil ejemplares de un título en una semana.

Literatura, política, sociología, se agotan vertiginosamente.

En menos de seis meses Quimantú vendió su primer millón. Fue el millón del despegue. Porque en la mitad de ese plazo vendió el segundo millón. En febrero debe llegar a los 5 millones de ejemplares.

Es una hazaña de los trabajadores que los hacen. Pero también es signo inequívoco que por dentro del espíritu d Chile anda una revolución, que necesita el libro y la cultura como un arma para afianzarla y llevarla a su destino.

Por Volodia Teitelboim

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