Los trapos húmedos (o las moscas y yo)
Mi abuela siempre
viajaba a Los Andes.
Me daba cuenta
de su regreso porque
la casa olía a vinagre.
Los trapos de la cocina
cambiaban a húmedos,
y en su mecedora ya nadie
se echaba colita.
Una vez me dijo que
su corazón bombeaba sal
en vez de sangre.
No estaba
equivocada.
Desde que murió mi abuela
en la mesa se come distinto,
las risas duran menos
y sus trapos están cada día más secos.
En la mecedora reposa su recuerdo,
que vacila de un lado a otro
mientras todos lo observamos
con un profundo respeto.
Para mí no hubo duelo.
Mi abuela siempre
viajaba a Los Andes.
Hoy estaría celebrando su cumpleaños
con cigarrillos y un vaso de ron.
La casa huele a vinagre,
pero nadie lo sabe,
sólo las moscas y yo.
Por Johan Reyes