Cuerpo vivo
No duermo sola, pero tampoco acompañada. Cada noche, antes de dormir, hago una reconstrucción de la escena: me veo arrinconada en una cama de dos plazas, deslizándome hacia el piso, las sábanas azules demandantes y los cojines decorativos apilados, todo ligeramente fuera de su lugar. Él sigue allí.
Me ve mientras bebo agua, mientras me desnudo, cuando entro y salgo de la ducha, por fin, limpia. Me deslizo en ropas de noche y vuelvo, sucia, a la orilla de las sábanas donde puedo sentir sus afiladas uñas rajar mi piel.
Me arrastra hasta el fondo de la cama, ida y vuelta, y nadie puede comprobarlo. Es en la noche oscura donde lo vuelvo a encontrar, sigiloso, tergiversando mis palabras, solamente para pedirle que me deje, que me deje en paz. Mi voz se ahoga entre las paredes mientras le pido que me deje limpia, sola. Las sábanas buscan ahorcarme, las almohadas me sofocan hasta agotarse mi aire, porque él quiere tenerme, otra vez, hasta dejarme seca y muerta. Intenta rajar mi ropa, quiere volver a los lugares donde me habitó. Y es mi culpa, mi sucia culpa, porque antes de ser esto, él era un amante de un metro setenta, de musculatura atlética, de barba rojiza, que nunca había conocido lo que era ser desplazado al precipicio de la soledad.
Le quiero atribuir mil rostros, pero sé que tiene uno ofendido y rechazado que ya no puedo desconocer. Ya lo vi hace mucho tiempo atrás, jamás pensando que yo sería la primera en irse. Y repito en mí, sin mi conocimiento,
Él quiere tenerme hasta dejarme seca y muerta.
Él quiere dejarme sucia, hasta la raíz de mi cuerpo lánguido, adormilado.
Mientras duermo, hago la reconstrucción de la escena en mi mente drenada, otra vez. En la somnolencia veo que él está allí, atrayéndome hasta la orilla, devolviéndome hasta el mismo centro para escupirme de vuelta. Las sábanas azules se enredan en mi cuello. Los cojines decorativos se van de sus lugares. Esto sucede todas las noches.
Busco aferrarme de los lugares conocidos: las ramas de madera del velador, los cables que cuelgan enchufados de la lámpara, del cargador, del ventilador. Las espinas de las ramas se entierran en su cuerpo, porque él es avaricioso, y busca las extensiones de mí en todos lados. Si yo tomo una rama, la rama soy yo, y todas somos sus presas. Pero las espinas de las ramas se entierran en sus cuerpos, plagas de electricidad. La noche se hace y se deshace mil veces. La posible presa, amarrada a su cuerpo con fuerza, lo desgarra, y yo quiero que me deje, sucia, finalmente,con la sangre de su cuerpo muerto y lánguido.
Porque quiero dejarlo sangrar hasta dejarlo seco y muerto.
Porque quiero tenerlo destripado hasta la raíz de su cuerpo,
vivo alguna vez, muerto dos.
La noche se aclara y me veo sola, más viva que nunca, más limpia que nunca, porque ya tengo su sangre en mí. La batalla campal entre las sábanas es inexplicable, nadie puede comprobarlo. Sin embargo, en la retina aún conservo su imagen, su rostro de hombre, su cuerpo de cuero vivo, aplanado y aniquilado por una noche intrépida que está latiendo a un ritmo desconocido por mi cuerpo animal.
Por Sofía Troncoso