Material Humano.

Sobre Tipología de accidentes laborales de Nicolás Meneses.

Un compañero de trabajo, a la hora de almuerzo, intentaba abrir una lata de atún. El abrelatas no tenía el mejor filo, y una fuerza desmedida —o mal focalizada— hizo al instrumento saltar de la lata una de las comisuras del pulgar de la mano derecha de mi colega. La conclusión fue un viaje a la Mutual y cuatro puntos. Es la primera experiencia cercana que se me viene a la cabeza cuando pienso en un accidente laboral. Lo cierto es que he tenido suerte, pues hay otros mucho peores. 

Vender la fuerza de trabajo, vender el cuerpo. Es una de las actividades más cotidianas que se nos impone, y como tal, debiese ser de las más seguras. Sin embargo, una historia de peonaje, esclavitud y explotación bajo condiciones precarias y riesgosas dan cuenta de una realidad que dista mucho del ideal. Incluso hoy, momento histórico en el que se nos convence que nunca habíamos estado mejor, tener un accidente, ser cercenado o morir en el trabajo no es tan extraño. Hace tan sólo un par de semanas, la estructura de un túnel cedió y el resultado fueron seis contratistas mineros muertos. Hace no más de un año una funcionaria pública se suicidó lanzándose desde su oficina. Aunque solo algunos sean noticia, estos accidentes son diarios.

De ese cotidiano relativamente oculto, o quizás no hablado, aparece Tipología de accidentes laborales de Nicolás Meneses (Provincianos Editores, 2025). En un ejercicio que sigue la línea de su poemario anterior, Manejo Integral de Residuos (Overol, 2019), Meneses explora, desde una posición de par —y nótese, no de etnólogo—, los momentos que atraviesan y rodean al accidente que sufre el obrero, el trabajador desechable, ese del que, en el mejor de los casos, el patrón siente compasión, pero que no tarda en reemplazar porque la faena no puede parar. Cada poema presenta una situación distinta, pero que nunca deja de ser la misma: el trabajador accidentado, el miedo a morir trabajando, el no querer ser el que sigue. Dijeron que cada dos brazos por año/ las sierras se calmaban/ (…) como yo era nuevo/ me mandaron a mí, dice el poema Contacto con elementos cortantes. No es solo el accidente que se devela, es como la y el trabajador se relacionan con a él, a cómo se vuelve un monolito ineludible dentro del espacio laboral, en particular aquellos que involucran maquinaria, en particular de mayo exposición al riesgo. El mismo poema sentencia, uno puede ser muy precavido/ no acercarse nunca a un perro rabioso/ pero el perro igual salta a morderte

Desde el hablante que también es trabajador, que también sufre y teme al accidente, se van poco a poco revelando dos espectros siempre presentes, pero no por eso siempre presentados de forma explícita: la precarización y el explotador, entendido este último más como sistema que cómo persona. No entiendo que las bromas/ son una advertencia, versa el poema Atrapamiento por objetos. Son los propios obreros, en una dinámica más de compañerismo que institucional, los que se encargan de prevenir las tragedias. No importa cuantas pausas activas o reflexiones de seguridad se hagan, cuantos elementos de protección personal —cuyas iconografías acompañan constante al libro—, uno se ponga encima, o cuantos comités paritarios quieran instaurarse, lo cierto es que la administración, el jefe, el gerente, no vive el accidente de la misma forma, pues por más quiera negarlo o disfrazarlo, no es su carne la expuesta. ¿Y qué es lo que queda tras el accidente? Miro a mis compañeros/ que me cuentan/ un chiste/ mientras llega la ambulancia. El mismo compañerismo previo al accidente, la misma dinámica de hacer lo que se puede, con lo poco que se entrega. Como establece otro de los poemas, Fatiga posturalla jornada laboral es un crucigrama que nadie/ resuelve sin ayuda

La perspectiva siempre situada y aterrizada que Meneses imprime, se presenta como un arma de doble filo bien utilizada. Encuentra una universalidad de una determinada experiencia laboral —la obrera—, que pareciera no ser realmente buscada, a través de una voz que se siente propiamente chilena. La narrativa propuesta es similar a la de la canción Construção de Chico Buarque, pero despojada de la lírica que adorna, hasta el borde de la idealización, la vida del trabajador y su muerte. Meneses, en ese sentido, es mucho más materialista; la realidad es lo que es, como se presenta ante nosotros, sin juicios morales. Pero esto no quiere decir que el poeta no tome postura frente a lo que presenta. Vuelve a aparecer el espectro del explotador, solo que hacia el final del poemario, este es apuntado con el dedo y nombrado; no son simples accidentes, son falta de inversión, especulación, abuso, negligencia y descaro, tal como se presenta en el poema Seguro de muerte 4. Aquí, se entiende, sí existe un juicio moral, claro, drástico y certero. Sin embargo, no nace de ideas abstractas del bien o el mal, sino del efecto que acciones u omisiones conscientes tienen sobre los otros. 

Ahora, este hablante rápidamente puede volverse reiterativo y agotar, sin embargo Meneses lo trabaja de manera tal que logra evitar ese camino, pero acercándose peligrosamente a su límite. En lugar de ser un lamento constante, los poemas de este libro elaboran un collage, un relato coral de voces que bien podrían encontrarse en la sala de espera de la urgencia del Hospital del Trabajador. El punto alto del libro se alcanza, a mi parecer, en los últimos poemas, en dónde los versos escapan de la particularidad de un rol o trabajo, para convertirse en cuestionamientos o reflexiones más abiertas, pero aún palpables. ¿Cómo se escribe el sonido de un hueso al romperse? ¿Cuáles son los efectos del trabajo en el cuerpo? ¿Qué es lo que queda luego de la tragedia? Una conclusión, quizás no definitiva pero sí terrible, se entrega en el poema Cláusula 5Cualquier movimiento/ en horario laboral/ es autodestructivo.

Por: Jaime Ruiz Ahumada

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